Abajo del Salvador del Mundo, flanqueado por la sexta décima calle y la Alameda Roosevelt, el Parque Cuscatlán está ubicado en una zona poco atractiva de la capital, a un costado de él está la 25 avenida, arteria que conecta con la 4ta calle poniente, calle que desemboca en el centro de San Salvador, pedazo de la capital ampliamente reconocido por su peligrosidad.
El Parque Cuscatlán es un lugar bastante agradable a la vista, los senderos tienen adoquines que combinan muy bien con toda la arquitectura del lugar, hay bebederos a los costados, asientos por todos lados, una galería de arte, un sendero de homenaje y memoria histórica a las víctimas de la guerra civil, amplios espacios verdes entre otras cosas interesantes y bien hechas.
Todo eso es algo que me gusta, siempre que lo visito se lo aprecio, pero hay una cosa del parque que me dejó encantado esta última vez que lo visité, y es que me encantó ver como se ve la gente dentro de él.
En este país tenemos al consumismo como fuente de entretenimiento por excelencia, lugares dedicados a esto: plazas, centros comerciales y más plazas y centros comerciales, a veces da la sensación de que construyen una por mes. Es ampliamente reconocido y aceptado como método de entretenimiento el vitriniar (ver que hay en las tiendas y comprar si hay algo que lo amerite), cosa que no está mal, no es que a mí no me guste, lo que no está bien es que esa sea la forma de entretenimiento de la que más opciones se nos da, y de la que alguien sin dinero no puede gozar.
Lo que vi en el Parque Cuscatlán para el salvadoreño/a es oro, el día que lo visité me puse a observar a las personas que estaban ahí y noté varias cosas: lo primero es que se veían plenamente tranquilas, en El Salvador sentirse más o menos seguro es un lujo que, hasta cierto punto, solo se puede tener en residenciales amuralladas (con casas a precios absurdos) y con vigilancia las 24 horas, es algo casi inimaginable en un lugar público. Vi a personas sentadas leyendo sus libros, acostadas en un trapo en las zonas verdes tomando un descanso, haciendo ejercicio en el gimnasio al aire libre, caminando, paseando en bicicleta, paseando en carritos de alquiler sobre los senderos del parque, gente sonriente pasando al lado tuyo con caras despreocupadas, niños pequeños jugando, gente sentada en las gradas de una especie de anfiteatro charlando con tranquilidad, vi convivencia ciudadana plena, tranquila y en paz.
Ver esto no es algo común en el país, aunque si es algo que he visto en otras partes; hay un famoso centro comercial en Antiguo Cuscatlán, es pequeño pero es abierto y en este las personas pueden caminar y sentarse, es bonito y acogedor, pero es para consumo, su principal objetivo es el consumo y existe en función de eso, es otra opción más para vitrinear o para comer en un restaurante muy exclusivo, seguramente con precios que la mayoría de salvadoreños no pueden pagar.
En el Parque Cuscatlán hay comercios, hay un par de cafeterías hasta donde he alcanzado a ver, pero no resaltan, el parque no está construido en función de ellas, es solo un extra, se nota que el parque fue hecho exclusivamente para la gente y su esparcimiento.
Observando a las personas que se encontraban en el Parque Cuscatlán concluyo que los salvadoreños/as necesitamos espacios para visitar más allá del consumo, necesitamos espacios comunes donde podamos convivir con plenitud y tranquilidad, donde podamos descargar el estrés del hogar y el trabajo, donde no andar suficiente dinero no sea motivo de preocupación, al menos no por ese instante, lugares en el que ser asaltado o secuestrado no sea un miedo recurrente.
El Parque Cuscatlán es en miniatura lo que este país debería de ser: decente, ordenado, seguro, bonito, priorizando a las personas, con amplias zonas para la movilidad a pie, con más verde que gris, y lo más importante, público, es para todos/as, cualquiera lo puede disfrutar.
Este país debería de ser todo eso, nos lo merecemos, y entre la Roosevelt y la sexta décima tenemos la inequívoca prueba de que es posible.
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