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domingo, 15 de mayo de 2022

Tacos de infancia


Uno de los recuerdos más felices que tengo de mi infancia es recordarme a mí cada viernes comiendo unos tacos cebolludos. Los comía con mucha felicidad más días, a veces un sábado, otras domingo, pero mi recuerdo más feliz es el de cada viernes.

Recuerdo que nos íbamos a la iglesia caminando el domingo en la tarde y al salir la señora taquera ya estaba con su negocio puesto, siempre era un -papi, quiero tacos- entonces los cenábamos con mis papás y mis hermanas, yo me pedía tres ordenes de cuatro. Habían de res, pollo o mixtos, mis favoritos eran los de res.

Tengo muy presente el recuerdo de su sabor, la textura era de carne jugosa, pero su sabor era a cebolla pura y dura, y como no, si tengo muy presente cuando veía a la señora sacar el trozo de carne de la olla negra con agua anaranjada y un racimo de cebolla. Ponía la carne en una tabla, la picaba con un cuchillo grande y a la plancha. En la plancha le echaba el caldo de carne encima y agregaba mucha, mucha cebolla picada cocinada junto con la carne en la olla negra. 

Tenía una maquinita pequeña para hacer tortillas y su huacal con masa, eran tortillas recién hechas. Detallito de sabor. 

En la mesa habían dos botecitos de salsa y uno de sal. Las salsas eran de agua de aguacate y una de chile con un color café. Al llegar mis tacos los bañaba con ambas salsas, la de aguacate solo daba color, pero le asentaba tan bien al taco, la picante era solo eso, picante, pero con un picor que le daba dos o quizás tres veces más sabor a la carne cebolluda, yo le agregaba mucho limón y una pizca de sal a cada taco, recuerdo como disfrutaba cada mordida, a veces mi papá me ofrecía la cuarta orden, un par de veces me animé a aceptarla, comiéndome 16 tacos. Una soda, un poco de amor de papás y a bajarlos caminando por cinco minutos hasta llegar a la casa. Feliz.

Aún con todo eso, mi recuerdo más feliz es el de los viernes. Llegaba del colegio feliz pensando en mis tacos. En la tarde jugaba un ratito a cualquier cosa y cuando se llegaban las siete le pedía un par de dólares a mi mamá y me iba caminando a pedir dos ordenes de 4.

Llegaba a la casa, sacaba un plato y servía los ocho tacos, abría la bolsa de salsas y la de chimol, partía un limón y se lo echaba a mis tacos con un poco de sal para que entregara todo el sabor que tenía, me iba al cuarto de mis papás, encendía el televisor y ponía Digimon en Jetix, me encantaba ese anime, no quitaba los ojos de la tele, ni cuando le daba las mordidas a los tacos. Tacos y Digimon, qué feliz.


domingo, 9 de enero de 2022

Parque Cuscatlán: un Oasis del San Salvador feo

Abajo del Salvador del Mundo, flanqueado por la sexta décima calle y la Alameda Roosevelt, el Parque Cuscatlán está ubicado en una zona poco atractiva de la capital, a un costado de él está la 25 avenida, arteria que conecta con la 4ta calle poniente, calle que desemboca en el centro de San Salvador, pedazo de la capital ampliamente reconocido por su peligrosidad.

El Parque Cuscatlán es un lugar bastante agradable a la vista, los senderos tienen adoquines que combinan muy bien con toda la arquitectura del lugar, hay bebederos a los costados, asientos por todos lados, una galería de arte, un sendero de homenaje y memoria histórica a las víctimas de la guerra civil, amplios espacios verdes entre otras cosas interesantes y bien hechas.



Todo eso es algo que me gusta, siempre que lo visito se lo aprecio, pero hay una cosa del parque que me dejó encantado esta última vez que lo visité, y es que me encantó ver como se ve la gente dentro de él. 

En este país tenemos al consumismo como fuente de entretenimiento por excelencia, lugares dedicados a esto: plazas, centros comerciales y más plazas y centros comerciales, a veces da la sensación de que construyen una por mes. Es ampliamente reconocido y aceptado como método de entretenimiento el vitriniar (ver que hay en las tiendas y comprar si hay algo que lo amerite), cosa que no está mal, no es que a mí no me guste, lo que no está bien es que esa sea la forma de entretenimiento de la que más opciones se nos da, y de la que alguien sin dinero no puede gozar.

Lo que vi en el Parque Cuscatlán para el salvadoreño/a es oro, el día que lo visité me puse a observar a las personas que estaban ahí y noté varias cosas: lo primero es que se veían plenamente tranquilas, en El Salvador sentirse más o menos seguro es un lujo que, hasta cierto punto, solo se puede tener en residenciales amuralladas (con casas a precios absurdos) y con vigilancia las 24 horas, es algo casi inimaginable en un lugar público. Vi a personas sentadas leyendo sus libros, acostadas en un trapo en las zonas verdes tomando un descanso, haciendo ejercicio en el gimnasio al aire libre, caminando, paseando en bicicleta, paseando en carritos de alquiler sobre los senderos del parque, gente sonriente pasando al lado tuyo con caras despreocupadas, niños pequeños jugando, gente sentada en las gradas de una especie de anfiteatro charlando con tranquilidad, vi convivencia ciudadana plena, tranquila y en paz. 

Ver esto no es algo común en el país, aunque si es algo que he visto en otras partes; hay un famoso centro comercial en Antiguo Cuscatlán, es pequeño pero es abierto y en este las personas pueden caminar y sentarse, es bonito y acogedor, pero es para consumo, su principal objetivo es el consumo y existe en función de eso, es otra opción más para vitrinear o para comer en un restaurante muy exclusivo, seguramente con precios que la mayoría de salvadoreños no pueden pagar.

En el Parque Cuscatlán hay comercios, hay un par de cafeterías hasta donde he alcanzado a ver, pero no resaltan, el parque no está construido en función de ellas, es solo un extra, se nota que el parque fue hecho exclusivamente para la gente y su esparcimiento.

Observando a las personas que se encontraban en el Parque Cuscatlán concluyo que los salvadoreños/as necesitamos espacios para visitar más allá del consumo, necesitamos espacios comunes donde podamos convivir con plenitud y tranquilidad, donde podamos descargar el estrés del hogar y el trabajo, donde no andar suficiente dinero no sea motivo de preocupación, al menos no por ese instante, lugares en el que ser asaltado o secuestrado no sea un miedo recurrente.

El Parque Cuscatlán es en miniatura lo que este país debería de ser: decente, ordenado, seguro, bonito, priorizando a las personas, con amplias zonas para la movilidad a pie, con más verde que gris, y lo más importante, público, es para todos/as, cualquiera lo puede disfrutar. 

Este país debería de ser todo eso, nos lo merecemos, y entre la Roosevelt y la sexta décima tenemos la inequívoca prueba de que es posible.